QUEMADURAS

De Michel Bardales García.

—¡Ten cuidado, poeta! —Advirtió mi lápiz aprendiz al ver que las resentidas flamas de mi odio se prendían tan intensas que casi me abrazaron por completo.

—No te preocupes, mi querido amigo —le dije—, solo me quemé un poco las manos.

—¿Te duele mucho? —preguntó al verme llorar repentinamente con plenitud.

—No, mi pequeño feligrés —le respondí sollozando—, más me duele ver como arden las promesas y mis sueños que se vuelven cenizas en la última página de mi historia de amor que ahora solo es de una aberrante agonía.

Y así, en esta noche, acompañado de mi lápiz aprendiz, vimos arder las fotos enmarcadas, las cartas decoradas, decenas de tarjetas y peluches que en algún momento lo fueron todo para este poeta que ya no tiene nada más que escribir sobre mi vergonzante separación. (Solo espero que la lluvia se lleve todo rastro de ese mal sueño que ya se acabó.)