MIRADAS QUE SE QUEDAN ETERNAS

Michel Bardales García

Aquella noche en la que anduve solo, me olvidé de aquella fiesta nupcial para quedarme como un embobado faro que alumbraba con sus ojos a esa bella mujer que en varias ocasiones ha estado conmigo en los mismos lugares pero que nunca pudimos entablar ni la más mínima conversación.

En mi mente —a pesar de toda la celebración—, solo había espacio para recrear una historia en la que ambos nos conocíamos de pronto y le invitaba a ser parte de una atractiva historia de amor. Pero eso, no era nada más que ingenuas fantasías porque en nuestras palmas estaba escrito que ella rondará contoneando su encanto y esquivando a un desconocido que no dejará de mirarla hasta conocer su voz.

Toda la noche me paré acomodando mis direcciones hacia ella. Me digné a verla entrar y salir en varias ocasiones. Eso me daba la ventaja de dibujar a esa hermosa silueta cubierta de ese bello vestido negro que en mis sueños se volvió mi fantasía porque bailaba exclusivamente para mí.

Y como yo realmente no existía para ella, mi único consuelo era retratar su mirada cuando se acercaba a mi espacio. Por un momento podía descubrir todo el encanto que tenía en su rostro: Esa mirada seria y firme que entre sus amigas se volvía la más encantadora de las miradas. Su rostro estaba adornada por esa sonrisa que me hipnotizó y me dejó petrificado escribiendo diferentes versos escondidos en un rincón.

En ese lugar me sembré con temples raíces para verla y amar sus misterios. Desde ese espacio contemplaré la pequeña señal o cicatriz de su rostro que le da un extraño atractivo que seduce a todos mis sentidos. Ese detalle hace que se vuelva única y más amada entre las flores.

Así la dibujé en mis pensamientos, así la guardé en mi sueños donde viene a mí con su encanto para pedirme que no sea cobarde y que al despertar vaya hacia ella y le confiese que mis miradas no solo son poesía sino que es lo que anhela mi enamoradizo corazón.

Imagen: Cortesía@Pixabay