LA SONRISA DEL GIRASOL Y LA ROSA

Michel Bardales García

—Necesito que me lleves al recital de la luna —le solicitó la rosa al principito que estaba podando tranquilamente unos baobabs.

—¿Para qué? —le preguntó extrañado por dicha petición.

—Curiosidad, mi niño, desde aquí pude notar que desde hace días unas estrellas cantarinas bailan revoloteantes alrededor de la Luna dando ánimos a una de esas luces que habita en la tierra y que sueña con elevarse y ser parte de ese recital.

El principito, también llenándose de curiosidad, acomodó a su adorada rosa en una bonita maseta que le había obsequiado el jinete de almohadas y partió hacia la tierra sin detenerse en ningún otro planeta porque este viaje le pertenecía a su rosa.

Cuando llegaron, pidieron al zorro, su amigo, que los lleve a ese hermoso jardín de coloridas y perfumadas flores donde habitaba la luz de esa sonrisa que en los cuentos le conocían como la musa de los girasoles.

—¿Será ella? —preguntó la rosa al ver a una hermosa mujer sentada en medio del jardín. Estaba callada mirando el baile de las titilantes estrellas que disfrutaban de su felicidad.

—Yo creo que sí —respondió el principito—, veo que tiene una bonita mirada y en sus ojos se refleja la silueta de la luna que le invita a soñar en el amor y en la poesía.

—Acércame a ella —le pidió la rosa.

El principito, caminó hacia la musa y se presentó ante ella con la misma ternura que conmovió al aviador. Rápidamente se ganó su confianza y conversaron sobre sus razones de buscar lugares para presenciar el baile de las estrellas en el recital de la luna. La rosa, acomodada a un lado, se sintió feliz —pero algo celosa— por conocer a la inspiración de ese hermoso jardín de flores blancas y amarillas que de paso estaban admiradas por la radiante belleza de sus pétalos de color carmín.  

 Dedicado a la musa A. P. 

Imagen: cortesía@Pinterest