---------------------------------------------------
“EL PADRE QUE NUNCA VOLVIÓ”
--------------------------------------------------
Al despertar, encontré a mi padre llorando en medio de su silencioso lamento. Volteó a
verme y vi en su mirada su desesperado deseo de ser abrazado por mí... por su hijo. Pero no lo hice. Miré mis brazos y me di cuenta de que no sabía cómo se abrazaba a un padre; o ya no me acuerdaba cómo se hace realiza ese inusual gesto que me llevó a un lejano recuerdo.
Alguna vez mi padre prometió llevarme con él a un viaje a
un lugar que ya no recuerdo. Los días siguientes fueron de ilusión y de orgullo
para mí, pues esperaba aquel día con
muchas ansias. (Padre e hijo iban a
viajar juntos)
Siendo un niño, con mis primeras adicciones a la
escritura, escribí algo para mi padre para dárselo el día que íbamos a viajar.
(Supongo que trataba de lo mucho que lo quería)
Llegó ese día. Lo esperé con mi mochilita del chavo
sentadito en mi pequeña mecedora. Él abrió la puerta pero no sonreía. Quise
abrazarlo pero me rechazó. No sé por qué o no lo recuerdo, pero sacó su correa
y me enseñó a llorar con el corazón roto y con esas heridas que nunca sanan.
Aquel día se fue sin mí. Sin despedirse. Sin explicarme
la razón de porqué mi cuerpo estaba marcado por los besos de su gruesa correa.
Pero a pesar de eso, yo aún lo amaba.
¿Qué pasó después?, mis días se volvieron números. Conté
cada instante hasta su regreso, preguntando a mi madre cuándo volvería mi
padre. Lo hice hasta una mañana lluviosa en el que mi madre me pidió ordenar mi
cuarto porque ese día él volvería a nosotros.
Lo hice, pero yo quería ser el primero en recibirlo.
Quería decirle que esta vez me portaría bien para que nunca más me vuelva a
pegar.
Fui al paradero a pesar de la lluvia. Cada vez que pasaba
un colectivo, miraba cada ventana para ver si estaba ahí. En una de esas me
resbalé y caí al barro. Fui corriendo a casa a cambiarme y volví inmediatamente
al paradero. Recuerdo que me caí en el barro como dos veces. A la tercera fui a
cambiarme de nuevo, pero esta vez, al abrir la puerta, estaba mi padre
abrazando a mi madre y a mi hermana.
No pude ser el primero en saludarlo, mi espera por horas
en medio de la lluvia había sido en vano. Creo que eso, fue el mayor fracaso de
mi vida. Pues ese día, salí rápidamente
y no lo saludé. Volví al paradero y lloré hasta muy tarde y lo hice durante
muchos días, lo hice durante cada tarde de mi niñez. Lloraba mirando las
ventanas de los colectivos. Pues desde ese día, para mí, mi padre nunca regresó
de su viaje. Nunca más lo volví a abrazar.
Y lo veo hoy, llorando como yo lo hice en aquellos días, rogando a la vida por un
abrazo suyo, pero no volvió. Respiré
profundo y fui un niño de nuevo, me lancé a él y lo abracé con tanta fuerza
pues debíamos recuperar los tantos años que él no regresaba de su viaje. Lo
hice, me atreví a abrazarlo y lloramos juntos como nunca lo hicimos.
Aquella mañana le amé como un hijo desesperado que vuelve
reencontrase con su padre. Le miré y dije como un niño: “Papá, no te
vuelvas a ir sin mí”.
(Dedicado al niño soñador que alguna vez fui)
SETIL DE BARGAM