¡Huye de mí, hermosa musa extraviada! ¡Hazlo de
nuevo! No regreses a mi libro de
ficciones porque siento que quiero volver a unirme a la ternura de tu inocente
mirada que estuvo conmigo antes y después de aprender a caminar en el pecho de
este poeta que se atrevió a entregarte memorables y lastimeros fragmentos de su
corazón.
Ha pasado por nuestras lánguidas páginas el antojadizo
y burlón tiempo, pero aun así, sigo extrañando esas noches en las que estuviste
en mi vida como una enternecedora mirada que fue testigo de mis relances en el
amor.
Me escuchaste siempre. Tanto que te convertiste en mi
fiel confidente y guardiana devota de mis irreverentes secretos que se
escabullían de esos frágiles corazones que luego intentarían seducirte para
incrementar el tumulto de reclamos hacia mi errante corazón.
—¿Será por eso que logré sentir algo especial e
intenso por ti? —Pues recuerdo, que las noches pasaron en nosotros y llegó un
momento que comencé a deleitarme con esa tierna mirada que me brindabas al ser
la ferviente espectadora de mis narraciones. Debido a eso pude leer en tus ojos
que me implorabas quedarme a tu lado para narrarte más de esos romances en los
que no solo querías ser la lectora de mis pecados sino la principal impulsora
de mis antojadizos caprichos en el amor.
Por muchas noches, no pude atreverme a cruzar esa
línea prohibida. Te conocí como mi niña confidente y el tiempo te fue
convirtiendo en la mujer que se sentaba conmigo por largas horas en esas noches
que nos invitaban a abrigarnos con nuestros tímidos abrazos.
Pero, en uno de esos desvelos, fue tu mirada la que me
dio permiso para cambiar mis intenciones que hicieron de la noche un fragmento
inolvidable y difícil de escribirlo. Porque de pronto, aquella mirada de dulce
niña se había transformado en dos bellos ojos que buscaban ser seducidos por
este poeta que por muchos años te había negado el derecho de un pequeño poema
que llevara tu nombre en su voluble dedicatoria.
Éramos por un momento, dos torpes personajes que no
sabían cómo dar el inicio a esa historia que ya tenía el escenario preciso para
dar la apertura a su apasionante función. Tú respiraste profundo siguiendo los
pasos de los míos que te indicaron: que cierres tus ojos para imantarnos y
unirnos en un dulce y amoroso beso que nunca imaginé que sería dibujado en la
carátula de mi principal libro de ficciones.
Al abrir nuestros ojos luego de ese primer e indebido beso,
nos vimos aterradoramente diferentes porque desde ese momento dejaste de ser la
espectadora de mis patrañas y te convertiste en la nueva protagonista de esas
historias de romances en la que tú ya sabías de ese final que escuchaste
constantemente de mi arrogante voz. Te lo advertí, pero solo querías
incrementar el número de mis mentiras en el amor.
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