De Michel Bardales García
El frío y
el escenario de esa noche en medio del río Amazonas fueron precisos para
juntarnos tan de cerca que hizo que nuestros cuerpos se fusionaran en un abrazo
intenso que dio cabida al baile de nuestros labios que se contonearon excitando
a la curiosa luna. Esos besos quedaron eternos en mis labios porque hasta hoy
puedo sentir el ardor de sus intentos de morderme y dejarme sus huellas
delatoras.
Luego de
ese encuentro fortuito —aunque ya estaba previsto por las insinuaciones—,
regresamos al grupo de viajantes que ya estaban acostados en sus respectivas
hamacas. Solos o en pareja; por la oscuridad ya no puedo contar lo que pasó
entre ellos.
—¿Y en la
mía? —se estarán preguntando: en mi hamaca me esperaba mi confidente amor que
era testigo y protagonista de mis sentimentales aventuras.
Pero esta
vez, a pesar de verla con esos hermosos ojitos que brillaban esperando por mí.
No fui hacia ella. El ardor de mi pecho fue más intenso que desvié mis pasos
hacia la hamaca de mi prometida musa. Ella también me esperaba con esa
enternecedora mirada que me invitaba a ser parte de ella y formar un solo
cuerpo bajo ese nocturno cielo ribereño.
En ese
momento, nos acostamos juntos sin darle importancia a lo que nos rodeaba. Solo
nos acomodamos hasta tener nuestros cuerpos perfectamente reducidos al placer.
Pero, había momentos, que percibíamos ojos extraños que nos observaban
escondidos entre las hamacas. Por eso, nos preferimos taparnos completamente
con esa vieja sábana que ya experta conocedora de exuberantes cuerpos y aromas.
En ese
lecho colgante, nuestros besos se tornaron más intensos y exploradores de esas
zonas erógenas que íbamos descubriendo entre esas caricias que ya no respetaban
lo prohibido. Lentamente nuestras prendas se caían descaradamente de la hamaca
mientras nuestros cuerpos buscaban acomodarse en ese reducido espacio que nos
hacía buscar nuevas formas de hacer el amor.
Luego,
entre besos, sonrisas y sudores, nos abrazamos por un momento para darle un
poco de satisfacción a la poesía. Pero ambos ya sabíamos que al bajar los pies
de esa hamaca, yo volvería a mis ficciones y a los brazos de mi confidente amor
que me esperaba llorando y odiándose así misma porque sabía que de todas formas
me iba a perdonar.
Que intenso
ResponderEliminarGracias por leerlo... Abrazos inmensos y muchas bendiciones. Sigue navegando por mi blog.
EliminarGracias por leerlo... Abrazos inmensos y muchas bendiciones. Sigue navegando por mi blog.
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