En medio
del encierro por esta cuarentena, nació el primer destape de estas mascarillas
que escondieron nuestros rostros que deseaban conocerse más allá de estas
gastadas pantallas.
Nos
conocimos en medio de varios “me gusta” y “me importa” a las publicaciones que
hacíamos sobre el estado vulnerable de nuestros corazones y que deseábamos
conocer a la persona ideal de nuestras vidas.
Cuando vi
su imagen en la sugerencia de amigos, de inmediato su rostro capturó mi
atención y entré a su perfil para ver quién era. Hice clic en todas sus fotos y
de esa manera sentí que necesitaba conocerla y no dudé en enviarle una invitación
de amistad. A los pocos días, me aceptó y comencé a recibir sus “me gusta” y
“me importa” a todo lo que yo publicaba. Es por eso que comencé a subir
imágenes de amor y frases en las que yo delataba mis deseos de conocer a
alguien y de volver a enamorarme. A todo estado le hacía clic y yo me emociona
pues con un ligero movimiento de mis dedos ya le estaba declarando lo que
sentía.
Estaba
pendiente de las publicaciones que describían su vida, cuáles eran sus gustos
en música, lectura, comida favorita y muchos otros datos que me servirían para
entablar una conversación donde trataría de mostrarme como un hombre
interesante para ella.
—¿Sería
suficiente decirle “hola” y dejar que fluya la conversación?— No lo sabía, así
que tenía que buscar una buena estrategia para llegar a ella y no incomodarla.
Porque de todas maneras seguíamos siendo desconocidos y lo que menos quería era
mostrarme como un frecuente acosador en redes sociales.
Entonces,
luego de varias noches de desvelo pensando en ser parte de sus fotografías,
vino a mí una revelación en la que usaría mi habilidad de imaginante para
llegar directo a su corazón: Me senté y comencé a escribir una sensitiva
historia donde incluía todos los datos que obtuve de su perfil y de sus
publicaciones. Redacté un hermoso cuento en la que solo ella reconocería su
descripción y la llenaría de curiosidad.
Cuando logró leer mi escrito y
brindarme el “me encanta” respectivo, recibí una grandiosa notificación de
mensaje. Era ella quien se comunicaba conmigo.
— ¿A quién le
dedicas esa historia? —Preguntó acompañada de un emoticón sonrojado. No dudé de
esa oportunidad y le confesé con mis dedos temblorosos que mis palabras y todos
mis estados estaban dedicados a su misteriosa figura.
—¿Pero si
no me conoces? —dijo sorprendida.
Entonces,
inicié una larga confesión de todos mis sentimientos y ella, recatadamente, aceptó
cada una de mis palabras. Estaba asombrada.
—Un poeta me escribió —se
decía confundida. Todo eso solo se vivía en los libros de aventuras y romances
que logró leer cuando estaba en la escuela.
Desde ese
día, todo cambió en nuestras rutinas. Pasamos de contemplar nuestras
fotografías a disfrutar de un diluvio de palabras que duraban hasta que en
nuestras habitaciones se filtraban los pequeños indicios de un nuevo día. Conversábamos
sobre nuestras vidas y de cómo estábamos buscando la inmolación del amor. Nos
enamoramos desde nuestras pantallas y teníamos el ardiente deseo de vernos en
persona, de saber si éramos realmente lo que veíamos en esas fotografías.
Sin resistir
más de ese incontrolable deseo, nos citamos antes de las cuatro por lo de la
cuarentena en una plaza que estaba en medio de nuestros hogares. Nos encontramos
en una pequeña y privada banca que estaba al frente de IPAE. Miramos a ambos
lados para ver si nos observaban. Nadie tenía que interrumpir ese encuentro
donde se daría nuestro primer destape de mascarillas. Y efectivamente, así se
dio. Esos hermosos ojos hacían juego con esa sonrisa que era la misma de las
fotografías. (En estos tiempos hay que desconfiar de esos terribles filtros que
ya han estafado a muchos de esos amores de internet)
Luego, me tocaba sacarme la
mascarilla. Por un momento dudé, no estaba seguro si ella aceptaría al que
estaba escondido en esa tela que ocultaba mi verdadero rostro. Pero ni modo, me
lo quité lentamente y vi que sonrió con un gesto de aprobación. Nos miramos
detenidamente y nos conocimos físicamente explorando cada espacio de nuestros
rostros.
Ambos, sacamos nuestros
rociadores y nos echamos alcohol por todo el rostro; sobre todo, bañamos nuestros
labios para purificarlos. Había amor entre ambos, pero de todas maneras
teníamos que cuidarnos.
Nos acercamos con cierto temor y lentamente presionamos nuestros labios, para que no se escape ningún fluido, nos dimos un primer beso, uno suave y sin movimientos. Solo nos quedamos ahí estáticos, cerrando los ojos y sintiendo la textura de nuestros labios que se rosaban delicadamente solo para tener una idea de cómo serían nuestros besos luego de que termine el peligro de besarse en medio de esta pandemia.
Imagen de Jeyaratnam Caniceus en Pixabay
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