16 DE JUNIO

De Michel Bardales García 

Hoy, 16 de junio, mis manos tiemblan viendo como el orgullo le gana al amor.

—¿A quién ayudaremos? —preguntan mis ojos que intentan no derramar ni una sola gota de lágrima porque ya están resentidas desde que las obligué a pasearse en una habitación llena de recuerdos y de canciones que suelen dar puntapiés a los versos de amor.

Los tres nos miramos; mis ojos, mis manos y yo: contemplando al amor que ya está en el suelo y solo nos resignamos a ser espectadores de esos recuerdos que intentan salpicarse hacia nosotros para hacernos reflexionar. Pero nada. Nos quedamos quietos como tres imbéciles que luego verán como la vida le sonríe de nuevo e intentaremos ya muy tarde querer obsequiarle promesas que ella ya no les tendrá espacio en su corazón.

—¿Qué podemos hacer? —le pregunto a mis manos que intentan escribirle algo y salvarla. Pero nada se le ocurrirá sino tiene mi bendición. Mi orgullo salió de mi cuerpo y se proclamó soberana de mis decisiones y me castiga día a día torturándome con imágenes de ella curando y sacando mi rostro de su frágil corazón. Pero soy fuerte y por capricho le prohíbo a mis ojos explayarse en esa pena que tarde o temprano nos consumirá completamente.

—¿Nos rendimos juntos? ¿No? Nosotros sí, ¡Nos rendimos! —proclamaron mis ojos expulsando un manantial de penas que pedían a gritos salir de mi escondite. Pero a pesar de que mis manos ya me están traicionando y mis ojos se están ahogando con todo lo guardado, yo me mantengo firme en el pacto que hice con este orgullo que aprovechó el 16 de junio, para firmar su resentimiento y asesinar lo poco que quedaba de esa larga promesa de amor.

Imagen: Cortesía@Pixabay