Michel Bardales García
Cuando estaba en segundo año de secundaria tuve un compañero que era la sensación de las de todas muchachas del colegio. En varias ocasiones lo vi besarse con diferentes chicas y todas sabían su fama de galán. Por cierto, con el tiempo, se hizo amigo de los bacancitos del colegio que consumían drogas. ¿Y por qué ahora lo recuerdo? Es que acabo de ver, a ese galán que vestía siempre a la moda, durmiendo en mi vereda y ahora parece un viejito achacoso y sucio porque la bacanería y las drogas le cobraron su tributo.
Pero este cuento no se refiere exclusivamente a él. En
esos días, yo recién estaba despertando tardíamente a la adolescencia. Al verlo
rodeado de tantas chicas también quise lo mismo. Me acerqué a él y le pedí que
me enseñara a ser un mujeriego. Obviamente, aceptó, pero por el precio de
invitarle a comer por un mes en los recreos. Y como yo estaba deseoso de querer
ser como él, sacrifiqué mis propinas e hicimos el trato. En los recreos andábamos
juntos y me presentaba a todas las chicas que él conocía. Me sentía feliz por
los rostros que besaba y hasta me pusieron un apodo: “Baby Sinclair” (porque
era chiquito, ojón y cabeza tablacha). Pero, me trataban con ternura y me
sentía en las nubes cuando pasaban tocando mi cachete: —¡Hola, baby! —me saludaban
coquetas y sonrientes.
En uno de esos recreos, él comenzó a molestarme con todas
las chicas que pasaban. —Mi amigo te quiere, mi amigo te quiere… —decía a
todas. Ellas me miraban y yo todo sonso me reía sin saber qué hacer ni qué
decir. Cuando el recreo estaba a punto de terminar, una chica (muy bonita) de
primer año se me acercó para preguntarme: —¿De veras me quieres? —Me quedé sorprendido
por su interrogante y no supe que hacer. —¿De veras me quieres? —volvió a
preguntar. Estaba vez le respondí que “sí”. La niña me miró muy feliz y dijo: —Entonces,
hay que estar juntos—. Me agarró de la mano y comenzamos a caminar como dos
pequeños tórtolos por los pasadizos. Yo me moría de nervios y no sabía qué
decirle. Ella hablaba sin parar y dijo que me presentaría (como su amor) a su
hermana y a sus amigas. En ese momento, no sabía qué era lo que estaba pasando
y lo peor de todo, ni sabía quién era esa muchacha. ¿En qué lío me había metido?
(me decía mentalmente)
Caminamos, muy de enamorados, hasta llegar al pabellón de
primer año. —Aquí es mi salón—me dijo. Nos miramos en silencio, algo tímidos, hasta
que tocó el timbre. —¿Me recogerás, amor? —Preguntó abrazándome. —Sí, amor— le
respondí. Ella se emocionó y me dio un beso: MI PRIMER BESO. Me quedé impactado
y por primera vez sentí esas famosas mariposas en mi interior. Me di la vuelta
y regresé a mi salón ya hecho un hombre. Desde ese día ya tenía enamorada. Lo
malo era que no sabía su nombre y eso me costó averiguarlo de la manera más
complicada; porque cuando fui a buscarla a su salón, la besé con mayor
seguridad. Ella me miró confundida. —¿Qué te pasa? ¿Quién eres? —me dijo
molesta. Le miré extrañado sin saber qué decirle. Luego, me percaté que, atrás
de ella estaba su hermana gemela riéndose de mí. Quién iba a imaginar que,
desde día, creo, que comencé a confundir la dirección de mis besos.
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