Aquella noche me
dijiste—: ¡Llévame a donde tú quieras! (Sonreías con seducción y ternura)
Yo, que en esos
renglones era un cazador de aventuras, planifiqué ese encuentro en un lugar
donde los cuerpos pierden la absoluta timidez. Llegamos venciendo al tiempo y casi
sin palabras —pues no eran necesarias— nos aventuramos en una frívola
habitación llena de espejos que nos recibió fingiendo que fue creado para dar
cabida al amor.
Cuando cerré la
puerta, fuiste libre como el viento y te acostaste como una novia en su noche
prometida. Me acerqué a tu lado manteniendo mis armas seductoras aún temerosas.
Aún tenía muchas dudas en mis pensamientos que no aún no podían creer lo que
estaba pasando.
Me acosté junto
a ti y nos miramos sin saber qué hacer ni que decir.
—¿Puedo besarte?
—te pregunté tontamente aun sabiendo donde estábamos.
Sonreíste y
fuiste tú, con la ayuda de tus manos, que juntaste mi rostro al tuyo para
comenzar el duelo de labios que rápidamente tomó su ritmo apasionado. De vez en
cuando interrumpías quejándote de la torpe forma de mover mis labios que apenas
sabían sonreír.
—¿No sabes
besar? —preguntaste enojada porque para ti yo no sabía entregar por completo
mis labios.
Pero a ese lugar
no habíamos ido a debatir sobre besos. Así que cedí la palabra a mis manos que
comenzaron a descubrir tus zonas inalcanzadas por el sol.
Por turnos,
nuestras prendas huían de nuestros cuerpos hasta presentarnos como dos conocedores del pecado carnal. Tu
rostro me mostraba una inocencia pura, pero tus movimientos me destrozaban el
cuerpo y me costaba llevar tu ritmo. Era yo muy torpe para seguir tus
indicaciones constantes para darte más placer.
No recuerdo el
tiempo ni las poses, ni cuantas veces lo hicimos hasta quedar mirando nuestros
cuerpos estampados en el espejo del techo que parecía ser nuestro ardiente
espectador. Pero sí puedo asegurar que yo quedé como un practicante inútil del
arte sexual; un primerizo ante la madre de las más grandes rameras angelicales.
Luego, ambos
terminamos danzando en la caída del agua que limpiaba de nuestros cuerpos ese
pecado que no tenía más nombre que “TRAICIÓN” (Prefiero no explicarlo en este
momento).
Nos despedimos con un beso suave y delicado,
acompañado de una sonrisa maliciosa que nos decía que ya era la hora de volver
a ser los que vienen y los que van… los amantes que nunca estuvieron aquí.
(Imagen
de PublicDomainPictures en Pixabay)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO LEER ESTAS HISTORIAS QUE COMPARTO CON USTEDES... ESCRIBAN DEJANDO SUS CRITICAS Y COMENTARIOS SOBRE LO QUE ESCRIBÍ... NO OLVIDEN DEJAR SUS NOMBRES PARA PODER DARLES UNA RESPUESTA INDICADA.......GRACIAS!!!
SI DESEAS RECIBIR LO NUEVO QUE ESCRIBO EN ESTE BLOG SOLO ESCRIBEME A: setilx@hotmail.com