De Michel Bardales García
Atrapado en una llovizna de
lágrimas por el tiempo perdido, logré comprender que llegó la hora de decirle
adiós a los recuerdos acumulados durante todos esos años de aciertos y fracasos
en la lucha de ser feliz junto a la que pensé que era mi promesa viva de amor.
Solo basta observar todo este cúmulo de fotografías y cartas decoradas que mis
manos van castigando y haciendo de ellas un voltizo de tiras de papel que
buscan desaparecer su rostro y alejarlo del mío. Nada debe quedar de esa
historia porque no quiero darle pretextos a mi corazón para que obligue a mis
ojos a volver a llorar.
Cada imagen que destruyo es un
relato de nuestras vidas que ya no volverá ni en sus semejanzas. Ni siquiera quedarán
los buenos recuerdos porque mi deseo es olvidarla por completo. Mi anhelo es
pedirle al tiempo que expulse de mis torrentes todo sentimiento hasta llegar al
cinismo de decir que nunca existió ni en el prólogo ni en los epílogos de mis
ficciones.
Así, sin condenas ni glorias,
voy aculando más los pedacitos retorcidos de papel impresos con las promesas
vacías que nos hacíamos y que nunca cumplíamos porque nos dejábamos llevar por
ese maldito orgullo que neciamente idolatramos hasta el punto de prohibirle a
nuestros dedos a usar esos anillos que en vano fueron bendecidos para guiarnos
a la felicidad.
Ahora solo son trocitos
deformados de papel, fragmentos de sueños rotos que ahora esparzo en el pasto
para prenderles fuego como un ritual de renovación de mi vida. Por eso, desde
ahora, con esta invocación hacia mi destino, ya no tendré más historias pasadas
porque con nada he de quedarme y solo tendré la satisfacción de quemarlo todo
hasta que esas mismas cenizas sean pisadas o expulsadas por el viento que
también sufre secando mis mejillas que ya se cansaron de besar lágrimas en esas
tardes y noches en la que fui seducido por la depresión y por los terribles
efectos del desamor.
¡Arden ahora!, arden dolidos e intensos como mi prolífico odio hacia sus versos dedicados y se extinguen en ellas, las supuestas y mejores páginas de mi atormentada historia que tuvo el final que mi propia mano escribió pensando que era mejor escuchar a mi orgullo e ignorar el designio y respeto hacia los caprichos del amor.
(Imagen: Cortesía@Pixabay)
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