De Michel Bardales García
De niño,
luego de leer el principito, decidí ser un creador de palabras. Me convertí
desde muy pequeño en poeta y mi mundo se llenó de otros colores que nadie más
veía.
Mi primer
poema o historia —lo recuerdo de manera fotográfica—, fue de aquella niña que
se convirtió en mi mejor amiga. Andaba conmigo desde que iniciaba las clases
hasta que regresábamos a casa. Volvíamos juntos jugando y comiendo esas
semillitas que decían ser alimento de las víboras. Pero eran dulces y las
disfrutábamos.
Nuestro
mundo podría decirse que era perfecto. Compartíamos de todo y era la primera en
mi vida que me cuidaba y estaba para mí cuando la necesitaba.
Pero un día
—como siempre escribo en mis cuentos o poemas—; llegó a nuestras vidas un niña
que trajo consigo un nuevo capítulo de mi libro de niño soñador. Era muy bonita
y tenía unos hermosos ojos que me capturaron y provocaron en mí la maldición de
mi primera infidelidad.
La maestra,
entrando al salón, anunció a todos que elegiríamos a nuestra reina de
primavera. Fue ella quien puso a las mujeres al frente para iniciar el sufragio.
Todos votaron y al final hubo un empate entre mi querida amiga y esa niña que
se estaba robando al que había crecido junto a ella.
Por casualidad
de la vida, solo faltaba mi voto. De mí dependía la coronación de nuestra
reina. Recuerdo ver a mi querida amiga —por cierto su nombre es Teresa—
mirándome con una bella sonrisa. Se apuntaba a sí misma confiada de que mi voto
sería para ella. Nunca dejó de sonreír hasta que impuse mi dictamen apuntando
con el dedo. Todos, que conocían nuestra humilde historia, se quedaron boquiabiertos
y por un momento el salón quedó en silencio.
—¡Traición!—Creo
haberlo escuchado en sus corazones. Pero mi dedo no dejaba de señalar a esa
niña nueva que ya me tenía dentro de su andar. Fue en ese momento, que vi como
mi mejor amiga se limpió la sonrisa y guardó su dulce mirada hacia mí. Hasta
perdió esa voz que endulzaba mi nombre al verme llegar.
Ese día, yo
había ganado una reina de primavera, pero mi vida también había ganado la
desdicha de nunca olvidar el rostro de una niña que experimentó su primer dolor
a causa de una traición.
Luego, la niña nueva desapareció y ni recuerdo su nombre. Desde ese día solo hubo recreos vacíos y regresos a casa sin esas risas que nunca más dieron en mi vida. Muchos años después, la volví a ver. Nos cruzamos y creo que solo yo la reconocí, pues ella pasó de frente porque desde niña ya me había borrado de su corazón.
Imagen: Cortesía@Pixabay
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